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  • 18 marzo 2020
  • Pegajoso como un chicle

    Me encanta contar chistes. Siempre mi cerebro está trabajando de manera natural en escuchar a las personas y crear divertidas historias en mi cabeza que algunas veces se me escapan en forma de palabras y hacen sonreír a algunos. Hace unos días vino a mi mente un recuerdo de muy pequeña, tal vez de cuando tenía unos 6 o 7 años. Todos los días mis papás me daban unas cuantas monedas de las que yo podía disponer para ir a “la pulpe” a comprar algo en el recreo con mis amigos. Recuerdo que los más saludables se compraban un jugo y los más adinerados una Coca-Cola y una picarita pero yo, yo me compraba unos chicles, específicamente unos BAZOOKA. Los BAZOOKA eran unos chicles bastante malos que al masticarlos por 45 segundos, ¡perdían su sabor y quedaban casi tan duros como la mismísima suela de mis zapatos! Era muy interesante porque aunque sabía que la calidad del producto no era tan buena como otros del mismo tipo, seguía comprándolos y es que tenían algo especial… Los BAZOOKA tenían la primer cobertura de papel que los protegía de la exposición pero adentro de esa primer cobertura tenían un papel más y este era el gancho que me hacía comprar aquellos chicles; y es que, damas y caballeros, aquel segundo papel era UN CHISTE. Yo simplemente amaba a aquel personaje, Juanito Bazooka era su nombre. Juanito era un niño de unos 12 años creería yo, un personaje divertido y perspicaz que siempre sacaba de quicio con sus ocurrencias a los que estaban alrededor. Nunca entendí por qué, pero Juanito tenía un parche en su ojo derecho, imagino que los creadores querían darle algo interesante al personaje – y lo lograban porque yo trataba de ser como él–. No puedo imaginar cuanto dinero gasté en aquellos pequeños trozos de azúcar que a fin de cuentas solamente dañaban mis dientes pero realmente disfrutaba la personalidad de aquel niño de ficción.

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    Un par de años han pasado, o tal vez 10 o 20, o unos ammm digamos que unos cuantos, pero algo permanece intacto y es mi espíritu alegre que siempre trata de buscar situaciones simpáticas que diviertan a las personas y logren sacarles una sonrisa en medio de su ajetreado día y lo puedo comprobar a cada instante; de hecho, hace algún tiempo un compañero del trabajo dijo algo que me marcó para siempre y más o menos fue: “…a mí lo que me encanta de los chistes de Lis, es que uno se los puede contar tranquilamente a la abuelita porque siempre son muy sanos” BOOM!!! Eso definitivamente explotó e hizo eco en mi cabeza y mi corazón. Qué habría pasado si dentro de mi repertorio de chistes tuviera 2 o 3 de doble sentido? Qué tal si tuviera uno solo de mis chistes que fuera obsceno? Qué tal si no siempre fueran chistes que pudieran contársele inclusive a un niño pequeño? Definitivamente ese comentario me dio mucho en qué pensar y vino este versículo a mi memoria: “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, 2 y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios. 3 Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios. 4 Tampoco debe haber palabras indecentes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias” Efesios 5:1-4 Fue así como entendí que necesitamos vivir de manera consecuente. No podemos vivir una vida pública de una manera, y tener por otra parte, una vida privada totalmente opuesta. Es urgente que como hijos de Dios seamos personas dignas de imitar porque nosotros imitemos a Cristo, personas naturalmente influyentes como lo era Juanito el niño de ficción al que yo quería seguir. Necesitamos vivir de una manera que el evangelio de Cristo se contagie a las personas. Que se les pegue como un chicle a la ropa, sin que se den cuenta. Estoy segura de que si yo contara un chiste obsceno, todos se asombrarían porque no es lo que siempre han visto y es que somos probados como el oro: “Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo”. 1Ped 1:7 Así que dime, si tu vida fuera pasada por el fuego al final del día, traerías alabanza, gloria y honra a Dios?